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06 LA ESENCIA DEL VIAJE

La asfixiante torridez que expele, a modo de crematorio, el sudorífero horno veraniego en la Barcino portuaria me deprime hasta la nausea, me entristece profundamente y me irrita hasta el delirio. Me causan un tedio y una anhedonía insufrible, me sumerge en las crisis existenciales más descorazonadoras. Ante el diagnóstico del mal, disecciono los tejidos del remedio. Necesito evadirme con urgencia de estas calles de la amargura, escabrosas y plagadas de importunos turistas e infestadas por una legión ingente de gente de mal vivir. Anhelo cambiar de aires con presura, inhalar oxígeno fresco y puro que me insufle un halito vital al pulmón del existir, pues las ganas de vivir se me evaporan por momentos y mi alma se seca agostada en una ciudad hostil.

En el estío te secuestra el hastío, te rapta con violencia enfermiza la anestesiante rutina, que aunque, a veces, agradable no te proporciona unas sensaciones vitales plenas. Los rayos matutinos se refrigeran en forma de biblioteca, luego efímero vermut, visionado de prensa en el espejo del esperpento, comida empapada en agua, siesta adherida al sudor de la almohada, expectantes etapas de tour o vuelta que casi siempre decepcionan y paseo vespertino, tal vez el consuelo de un clásico en la filmoteca, paraíso fiscal de la evasión de ideas, pero en definitiva un universo muy limitado y cerrado en donde cabe muy poca gente y con frecuencia no la gente que uno escoge.

La soledad engendra tristeza y de ella he tomado a regañadientes copiosas raciones en Barcelona, forzado como una madre que obliga a tomar el aceite de ricino a un enquencle mancebo. No es fácil rehacer una vida, buscar sentido a la misma cuando eres un soñador y compruebas que la existencia tiene más de prosaico que de poético, que no se accede tan fácilmente a un Dios escondido, que es harto difícil conquistar las escarpadas cimas del santo abandono, que el amor de Dios es real y no una teoría, que Dios nos ama en nuestro pecado. A menudo te ves sólo rebozado en el vómito de tu propio egoismo, en las cavernosas galerías de cientos de temores, en las profundas simas de miles de oscuridades....La enfermedad, la soledad y la muerte están siempre presentes y no siempre se ve despejado el sol de la resurrección...Decía un hombre de Dios que la muerte es el verdadero termómetro de la fe y yo añado que a veces parece hacerse añicos.

Siempre he sido un teórico del viaje, ensalzando sus infinitas bondades y cuantiosos beneficios (dilatar horizontes, conocer variopintas culturas, empatizar con gente nueva, enriquecerte y empaparte de las costumbres locales, disfrutar de novedosas experiencias vitales, huir de la rutina, abrir la mente…en definitiva saborear sorbo a sorbo el exquisito elixir del viaje…) algo tan apreciado por los paladares exigentes de grandes viajeros; entre ellos tengo como arquetipos a Hemingway y a Wells que desde su realidad angloparlante se embriagaron del embrujo de la noche sevillana o de la res bravía que resbala su tonelaje por la estafeta pamplonica...

La triste realidad es que, aunque por inercia, he visitado todas las regiones de la España y varios países europeos, lo he hecho con cuentagotas, mermado por un misterioso cúmulo de diferentes circunstancias, con la cartilla de racionamiento de la pereza, del miedo a accidentes, osea a la muerte y a la enfermedad otra vez, de gastar excesivamente…en definitiva: negarme a salir de mi limitada y abotargada zona de confort por aburrida y claustofóbica que sea y adentrarme en las apasionantes pero peligrosas selvas de la zona de aprendizaje…

Este verano un amigo me sugirió viajar a Asturias insistiendo que me vendría bien…Un servidor al principio era muy reacio, llegando a tener incluso una imposibilidad psicológica para hacerlo….Al final con esfuerzo e intuición divina tomé la decisión de aventurarme en la experiencia del viaje, que, cómo todo en la vida, se valora mucho más cuanto más cuesta…

He de reconocer que todavía tengo un irracional respeto por el avión por la vertiginosa sensación de indefensión que produce la potencia del despegue e ir suspendido en el aire a una velocidad casi anti natura…Por ello decidí hacerlo en autobús...me mentalicé para surcar la piel de toro hispana en una maratoniana jornada, para ofrecer el ramillete de una decena de horas a las bellas tierras de Castilla…el autobús con el refrigerio suficiente es una excelente poltrona para contemplar los abrasadores parajes castellanos, tierra de guerreros, carentes de arbolado, aunque bañados de descomunales planicies doradas y de recios horizontes…

Cual fue mi sorpresa al comprobar que el vehículo se dirigía a Asturias por la ruta norte y que iba a visitar Logroño, Bilbao, Santander…en definitiva: el viaje brindaba con cava en la retina por la primorosa vista de la cornisa cantábrica...Hacia lustros que no respiraba el aire salvaje del cantábrico…

A mi padre, de feliz memoria, le encantaba el frescor del norte y su elegancia y solera, su modus vivendi como contraposición al abrasador y masificado mediterráneo.... y hay cosas que se heredan con orgullo…El norte con el clima más benigno, con ese frescor de atardecida que invita a la chaqueta de punto a acariciar nuestros brazos, esas playas anchurosas y solitarias, esa elegancia de las calles, de los paseos, la frondosidad de los parques, la distinción de las tiendas, la armonía de las terrazas...en el norte se viste bien y se come mejor y hay más pudor y valores, a priori claro...Es un recinto gallardo, que se resiste a ser engullido en las arenas movedizas de la globalización.

La primera parada del autocar fue en Logroño, en los aledaños del mítico estadio de las Gaunas, otrora fortín de primera, hoy plaza secundaria a años luz de la elite….Sin tiempo para apreciar sus caldos y paladear su huerta salimos de tierras riojanas en dirección a Vitoria y poco a poco el paisaje empieza a reverdecer, a empinarse….a través del cristal ya empieza a oler a norte…Igualmente breve y efímera fue la parada en la capital alavesa, aunque suficiente para que nos mostrase los primeros encantos norteños, tenía un aire diferente, los edificios, el empedrado, el arbolado, lo grisaceo del cielo…ingredientes escasos y conocidos pero suficientes para adentrarte en otra atmósfera más amena…Todos estos sentimientos se acrecentaron a medida que nos acercamos a Bilbao, nos salieron a saludar los pintorescos caseríos, el diletante vacuno, los ríos caudalosos, las peñas agrestes, el tapiz de las praderas…

Desde el bocho bilbaino el bus ascendió perezoso las rampas que nos adentraban en territorio cántabro y arribamos en Santander, junto con San Sebastián las ciudades más bonitas de España según los antiguos…Iba anocheciendo dulcemente y tras pasar por Laredo y cerca de Santillana nos adentramos en el principado astur, cuna de la reconquista y patria chica inmortalizada en una canción con sabor a orfeón.

Me esperaba Gijón con un frescor esperanzador…Tras dejar el ligero equipaje en el modesto aposento fui a pasear con mi amigo por la playa gijonesa…la marea estaba baja, bajísima, se difuminaba en lontananza y la playa se tornó gigantesca, como en un viaje de Guilliver….la arena fina, limpísima, con exquisito aroma marino se hundía levemente ante mis fatigadas plantas…esa visión nocturna de Gijón a ras de playa me cautivó y me dejé seducir…incluso llegue a pensar en ese lugar como un enclave idílico para vivir…¿será posible en pleno mes de agosto disfrutar de tanto frescor? ¿Es real ver las calles limpias y casi desiertas?

Al día siguiente potente excursión a las cascadas de Oneta, cerca de Galicia…Senderismo rural en su más pura esencia, con el genuino olor a pueblo que cantara Manolo Escobar, nunca pensé que inhalar esos efluvios de estiércol iban a resultar un perfume delicioso, pues lo era….Me evocaba una vida más natural, más orgánica, más sana y apacible, más auténtica…El contacto con el campo otorga el soplo de aire fresco de la vida, te enrraiza en la tierra, en las gentes, en la traditio....las grandes urbes deprimen, te despersonalizan y te devoran….

Tras un escarpado descenso llegamos a las primeras cascadas donde tuvimos la colación material, empanada gallega abundante degustada, masticada y rumiada con parsimonia sin fin al pie de la cascada musical, tras descansar en la desnudez punzante de la roca conquistamos el segundo salto de agua igualmente espectacular, dejando la tercera, más recóndita perdida en el misterio…volvimos exhaustos por la caminata y fuimos masajeados con una dulce somnolencia en el coche, dejando que Morfeo nos invitase a una última ronda embriagadora....

El plato fuerte de los siguientes días fue la visita a Luanco, la suiza del cantábrico, a Candás y a Perlora, pueblos de ensueño, encantadores, realmente agraciados que me atraían con la fuerza de un imán gigante...me invitaban sino a vivir allí, a refugiarme en los veranos…Degustamos un helado artesanal de proporciones gigantes y sabor de pedrigí.

Los días fueron pasando apacibles en las elegantes calles del centro de Gijón, en sus entrañables sidrerías…Tiempo dio para escanciar el encanto natural del dorado licor y del chorizo en él bañado y para regalarnos unas fabes abundantes y sabrosas, realmente celestiales. Como lo es el arroz con leche tradicional revestido en una capa de caramelo, insuperable. También vimos la elegancia del club hípico, destilando cultura ecuestre y dimos paseos sencillos, pero muy deleitosos por la Camocha, ideal para deslizarse en dos ruedas o los Pericones, para juguetear sin prisa con un esponjoso e indómito bull dog francés....

Aún quedaban dos maravillas en el marco de la ensoñación…Oviedo, la legendaria Vetusta inmortalizada en la Regenta y Cudillero, renombrado pueblito pesquero…

Vetusta es una de las ciudades más hermosas que he visto, tal vez debería incluirse con Santander y San Sebastián en un triunvirato norteño espectacular.

Comimos en las faldas del Naranco una parrillada cárnica abundante sin parangón divisando una panorámica sublime de Vetusta…Tras visitar la emblemática iglesia románica de Santa María, llegamos a la sobria catedral que alberga el Santo Sudario y después tomamos un espumuoso café elaborado en una recoleta cafetería pétrea a precio de saldo, ¿podía ser ese lujo tan barato? Calles muy limpias escoltadas por placas de bronce, sumum de la elegancia, edificios señoriales de materiales variados, piedra, madera, ladrillo, pero siempre un gusto imperial, distinguidas calles del centro, paseantes con porte, tradición literaria y centenarios parques con árboles ciclópeos que ahuyentan el sol cancerígeno del mediodía, miles de rincones para recrearse y perderse sine die.

Como colofón quedaba Cudillero, pueblo pesquero tradicional, entrañable, coqueto para recrearse pausadamente en una sabrosa paella con bogavante… Muelle presumido siempre vigilado por fantasiosas casitas coloristas suspendidas en el encapotado cielo…Caminamos seducidos por unas agrestes playas en donde las olas rompían con ronco estruendo salpicando húmeda humedad y esparciendo el aroma incontaminado del cantábrico…tomamos el café en una preciosa terraza que parecía adentrarse como un galeón en el mar, poderoso y viril, siempre misterioso....

Fueron unos días inolvidables de paz y serenidad infinita que me hicieron olvidar por completo el vacío existencial que puede tener la vida de un hombre soltero...

No podía dejar de nombrar la excelente acogida de las gentes asturianas, muy amables y humanas, familiares y entrañables, que te hacen la vida más agradable en cada segundo...

Incluso los periódicos locales, con suculenta información, henchida de tradición local amenizaban el momento sagrado del café y la pastelería artesanal, siempre deliciosa en Asturias.

En el norte encontré mi norte. He regresado a Barcelona rejuvenecido, con otra mentalidad, sabiendo que la vida es más rica y variada de lo que aparenta, que todo está en la mentalidad y apertura, que siempre es posible escapar del tedio y tener una experiencia vital en otro lugar del país o del planeta….

07 EL BALNEARIO

Despunta el sol de un nuevo escrito. Principia el ritual. En el albor mañanero me recluyo en los silos de la filmoteca. No hay un alma y un silencio exagerado, cortante, repuebla el ambiente. Me deslizo en la butaca, incienso el entorno con una plegaria fugaz, intensa. Tomo dictatorialmente el teclado y con poderoso dominio del monitor inicio el despegue con la imaginación hacia los remotos confines galácticos de Andrómeda. Me aguarda la luna de miel tras el reciente desposorio, cual poverello, con la dama escritura.

Como decíamos ayer…prosigo dorando, con fuego acompasado, etapas disímiles de mi vida en la barbacoa del existir. Ciclos transitorios. Períodos de aprendizaje necesarios en un ser consciente y racional. Una edad suficiente para la floración virginal de la madurez, el asentamiento de la mente en sólido sitial, el dulce advenimiento de la prudencia, el fulgor del juicio sereno, la gestación de la realización personal con profunda coherencia, enjundia y gravedad.

El luengo y arduo sumario de búsqueda de sentido vital se detuvo en un inesperado apeadero campestre. Subió el revisor de la conciencia en el Principado de Andorra, un ameno país en miniatura. Decorado preciosista y minucioso, como la más perfecta maqueta de trenes, que descansa en el mullido corazón calcáreo de los Pirineos. Entorno agraciado, encasillado en unos lindes preclaros en cuyas cumbres se besan el refinamiento galo y la gallardía ibérica.

Un Pirineo lozano, silente y sigiloso, bárbaro y cerril en las armónicas florestas de pinos y abedules que guindan del cielo. Y rústicamente sofisticado y primoroso en sus impolutos caserones, petreos bastiones heráldicos, macizos y armónicos. Florece por doquier en esta montaña ensoñadora una plétora de casitas residenciales engalanadas de bruñidos jardines, esparcidas vistosamente en la montaña, coronadas con luctuosas techumbres de pizarra.

Andorra destila sabor montañero, silvestre, a carne a la brasa, a humeante chimenea invernal, a frescor níveo de las cumbres, con el penetrante sahumerio mediterráneo. En este idílico enclave florece una vasta oferta de disfrute reparador para mentes postmodernas, estresadas, desquiciadas de las urbes. Un pequeño gran emporio turístico limpísimo y presumido, bien equilibrado, con glamurosas tiendas que rinden culto al reloj, la joya del hombre, lucidos escaparates de alta costura y de antojos gourmet. La vieja ciudad tributa vasallaje a un turismo distinguido que le insufla vitalidad sin abrumarle.

Me aguardaba un fin de semana dilatado, anchuroso, sin prisas infiltradas, casi infinito de recreación, eximido de presiones, de conflictos horarios, para estar a solas conmigo mismo, para solazar la vida desde dentro, para reenfocar la mirada interior, limpiando las lentes de la perspectiva de la vida, empañadas de vaho por el hálito del miedo.

Desde niño me sentí magnetizado por los balnearios, por su maternal función terapeútica, relajante, balsámica. Lugares de ensoñación despierta, de reposo sugestivo, de apaciguada puesta a punto, de serenidad reparadora, de sanar dolencias, de curar heridas suavemente con vino y aceite samaritanos. Me atraía tanto esa esfera misteriosa porque comprendí que somos frágiles y necesitados, enfermos del alma, por las devastadoras secuelas del pecado original y propensos a un sinfín de dolencias del cuerpo como corolario de la misma caída primigenia.

Añoro los radiantes días felices disfrutados de niño en el balneario de Fitero en Navarra. Allí descubrí una nueva dimensión, el encanto del restaurador baño termal, el agradable contacto con el agua caliente, brotada con ardor de la roca salubre, pócima mágica que arropa tu cuerpo sin violencia. Era alentador contemplar el manantial rocoso desde la seguridad del agua hirviente y espumosa y sentir que el tiempo transcurría lentamente, que era dueño de él, que se había detenido para mí.

En ese encantador balneario transcurrieron unos días asombrosos, sin prisas, sin niños de mi edad, sin displicentes juegos, sin impertinente bullicio infantil. Allí me sentí por primera vez adulto, reflexivo, tuve un primer contacto con la literatura. Me regocijé mucho con una novela de Agatha Christie en donde experimenté por vez primera el placer de leer. Recuerdo el olor oriundo del libro a vetusta linotipia, su rugosa textura de papel ceniciento y añejo y como devoraba y relamía cada palabra, cada frase, cada capítulo donde refulgia la esplendente inteligencia y el método metódico del mítico detective Hercules Poirot, héroe a emular en la infancia.

Pero por encima de todo me adentré sin frenos ni miedo en una nueva dimensión de la vida, la de poder viajar con la mente dentro de la novela, de penetrar con mi espíritu en esa dimensión maravillosa de la ficción, sin los límites de la materia, buscando el aleph borgiano, todo el universo concentrado en un punto, que me hacía protagonizar y reinventar un número desmedido de historias fascinantes y fascinadoras.

Me atraía profusamente el ritmo de vida sosegado y contemplativo del balneario, la alimentación reconstituyente, un reposo distendido, placentero, los buenos modales, las conversaciones calmadas, el complacerse con el agua caliente y tonificante, relajar los músculos y la mente. En la sobremesa complaciente solía recostarme en las somníferas mecedoras de sus escogidos salones tradicionales, majestuosos, con amplios ventanales lumínicos, abiertos a la naturaleza. Era respirar la vida a pleno pulmón. Con los años he descubierto que la fascinación del balneario va mucho más allá.

En torno a ellos late, como caldo de cultivo, una riquísima tradición literaria. Pensemos en la deliciosa estancia de Lorca en Manjarrón y sus poéticas deliberaciones sobre la reservada cadencia acuífera: “Sentí borbotar los manantiales como de niño yo los escuchara. Era el mismo fluir lleno de música y de ciencia ignorada. Señor, arráncame del suelo! ¡Dame oídos que entiendan a las aguas! Dame una voz que por amor arranque su secreto a las ondas encantadas".

 

O sobrevolando el umbral de nuestras fronteras evoquemos el célebre balneario de Rulettenburf donde Dostoievski repuja las tendencias ludópatas de El jugador o el no menos legendario balneario de La montaña mágica de Thomas Mann, un enmarañado cosmos de atormentadas vidas afectivas e intelectuales. Por último pienso en la magistral novela de Hermann Hesse, En el balneario donde el autor se sumerge en una atmósfera decadente ancorada en el recuerdo y reflexiona sobre la finitud del hombre, la enfermedad y la decrepitud del ser humano que se constata mustiamente en la flacidez y marchitamiento de las carnes en la edad senil.

Por todo ello los balnearios son palabras mayores, lugares muy inspiradores e insinuantes que te atrapan y te embelesan hacia sí. Este fin de semana quise disfrutar del balneario sin prisa, catarlo lentamente, sumergirme en sus cálidas aguas y perderme en ellas, relajarme a fondo, a conciencia, pensar en positivo, desterrar la negatividad, relegar las heridas del pasado, aliviarme de los golpes presentes y prepararme para afrontar el futuro incierto con entereza, con reciedumbre esperanzada…y tal vez seguir soñando utopías, la conquista de un Toboso, de escarpado acceso, que se resiste eternamente.

Quise recuperar la conmoción del primer balneario y lo conseguí. Que suntuosa delicia visionar el derrumbe del sol huidizo del crepúsculo, la tenue precipitación de los primeros pámpanos otoñales, con ese frescor feroz de la montaña que escarcha los huesos y a la vez estar sumergido en esas aguas caldeadas y deliciosas a 36º grados, temperatura corporal, contemplando en el ecuador de mi existencia, sin ninguna prisa, con la atávica montaña como testigo, como se pasa la vida, como se viene muerte tan callando… 

08 INOLVIDABLE DIA EN MONTSERRAT

En la ciudad condal el período veraniego es tiempo penitencial. Al desquiciante calor estival se suma un plus mortificante, la pegadiza humedad. Chapoteamos cuarenta días y cuarenta noches bañados en las termas de un pegajoso bochorno. Tras la fiesta de la Asunción, la Virgen amansa el clima, aplaca la irritante sofocación. La canícula del estío decrece su rigor y cede gentilmente el paso a una bonanza preotoñal.

 

En estas hebdómadas asfixiantes el centro neurálgico de la capital barcelonesa es atestado por ingentes masas informes de turismo borreguil. Almas en pena que deambulan como ovejas sin pastor. Las arterias callejeras se inundan de un tropel de sudorosos foráneos en chanclas y tirantes que oprimen las aceras.

 

Huimos despavoridos del agobiante estrépito, de esta cárcel de vulgaridad y nos evadimos por unas horas del averno urbano. Ese día teníamos un encuentro muy especial, con una persona muy querida y entrañable y en el marco más propicio. El Padre Juan velaba armas bajo el manto de la Virgen de Montserrat. El lugar elegido era un paradisíaco enclave, de cuento de hadas, una filigrana natural, el paradigma del locus amenus latino.

 

A las ocho de la mañana el despertador aniquiló súbitamente el sueño nocturno, antesala del que íbamos a disfrutar despiertos. Tras superar los minutos heroicos del despertar, un aseo diligente y desayuno expedito partimos en la carroza de metal hacia el Monte Serrado. Allí estaban: José Manuel, magnánimo corazón, que dirige a la perfección el volante de su vida. Puri, eficiente enfermera, culta y reflexiva, Feli, elegante pintora que habla poco y dice mucho y Javier, amigo del Padre Juan.

 

La hora de trayecto se evaporó en una amena tertulia. José Manuel conducía en comedido silencio, Javier y las señoras recreaban los clásicos de nuestra laureada literatura. En un suspiro oteamos ya la silueta escarpada del Monte Serrado. Desde siglos inmemoriales los gigantescos bloques pétreos, conviven armónicamente con este precioso vergel virginiano. Los aledaños de Montserrat son un paraje con visos de ensoñación. Para coronar el Monte de la Reina había que surcar diez Kilómetros serpenteantes donde a regañadientes sorbimos el ligero acíbar de un tenue mareo.

 

Al llegar al santuario nos acogió un exultante Padre Juan. Tras el afectuoso saludo escuchó en santa confesión a José Manuel. El joven le hizo partícipe de las mercedes que el Señor le regala a manos rebosantes. Seguidamente orientamos nuestro corazón al camarín de una Madre que no se cansa de esperar. Bajo su peana el Padre celebró una pausada y devotísima Eucaristía del Dies Domini. Tras una volátil pero profunda acción de gracias en la circular y coqueta capilla, por arte de magia picaresca hicimos la travesura de circular a contramano e infiltrarnos en el camarín. Ante los pies de la Moreneta depositamos el beso del corazón, descargando en él todos nuestros conflictos interiores.

 

El lapso de espera a la manducatoria establecida se consumió en un breve paseo testimoniado por un sol justiciero. Confeccionamos una caminata de juguete. El trayecto fue exiguo y por cómodo asfalto. No era una senda idílica alfombrada de silvestres hojas desecas, aunque la metalúrgica pasarela regalaba a las pupilas una vista primorosa. Aprovechamos la placidez del entorno para entablar una conversación amical. El Padre compartió con sus invitados las falencias de la feligresía castellonense, análisis clínico de un enfermo en descomposición: una España sin valores, anestesiada y neopaganizada.

 

Llegó de puntillas el turno del sustento corporal. El restaurante de la hospedería presumía de cierta distinción. La rústica bodega catalana emulaba vagamente las catacumbas romanas. Degustamos las delicias de la casa. No era tiempo de ayunar, pues el novio estaba con nosotros. Días vendrán en que se vaya el novio y entonces ayunaremos. Después de aguzar los dientes y afinar nuestro paladar con los livianos y frescos primeros, degustamos los elaborados guisos cárnicos, entre precisas y preciosas acotaciones litúrgicas, dejando relucientes nuestras escudillas.

 

Tras el saboreo de los suculentos manjares montserratinos la sobremesa se prolongó almibaradamente hasta el crepúsculo. De repente la mesa se transformó en una sala de lectura. Desfiló por la misma alguna croniquilla de viaje con las que Javier quiso amenizar a los contertulios. Ante la insistencia del personal tomamos la decisión personal de acomodarnos en un salón aledaño. El Padre Juan deleitó a los presentes con sus atinados comentarios que se rendían ante la capacidad de evocación de su amigo, escribir sobre la cresta de la ola de las palabras, volar más deprisa que el pensamiento, Tremens et fascinan…

 

Puri, escuchaba boquiabierta sin que sus tímpanos dejasen escapar una gota del almíbar que destilaban los labios del Padre. Nuestra amiga pintora se deleitaba extrapolando la belleza literaria a la pictórica y el alma mística de José Manuel meditaba sonriente y complacida. Sonó la hora de la despedida. No tuvo el amargo sabor del adiós sino el dulce regusto de un hasta luego. Al rebasar el pórtico de la hospedería nos deslumbró el Monte Serrado envuelto y revestido en fantasiosa neblina y celestial frescor.

 

El alcor de la Virgen era un gigante que dormitaba apacible al declinar la tarde. ¡Qué delicia era morar allí! Hubiésemos hecho tres tiendas, pero debíamos volver de la montaña de los sueños al mundanal ruido, pues las manecillas del reloj volaban inexorablemente hacia las diez de la noche, hora en que Javier, cual manceba Cenicienta, perdía su borceguí en el fortín de Xuclá. Tras una digital foto de grupo que inmortalizó este I Encuentro nos despedimos de la Moreneta con gemidos de pesar, pero con un tesoro en el alma que nadie nos podrá quitar: El inolvidable día pasado con nuestro gran amigo el Padre Juan*.

09  EL VALOR DE MI TIEMPO

no de mis deleites inconfesados se reviste de fuliginosa nocturnidad. Que no tiemblen las puritanas mentes, que no contiene un ápice de malicia como comprobarán al descorrer el bastidor de su desvelo. Me refiero a mis paseos nocturnos por el puerto de Barcelona.

Es un tiempo sereno y sosegado de meditación, de reflexión, de introspección, de intimidad, de ensimismamiento, de confort interior. Instantes balsámicos, salutíferos, con un delicioso embrujo, que me tonifican el alma y me animan a afrontar el futuro con esperanza.

Para mí el puerto atesora un suculento simbolismo, es una puerta abierta al mar, símbolo de lo infinito y majestuoso, evoca ilusionantes expectativas, abrir la mente a un futuro, pleno y esperanzador, abierto a nuevas y ricas experiencias de crecimiento personal. Simboliza el puerto las nuevas ilusiones venideras, que son hoy ignotas, la evasión de la rutina, la apertura a otros mundos, a nuevas motivaciones, a horizontes insospechados, a ínsulas remotas…En definitiva momentos felices en pos de la piedra filosofal y del elixir de la felicidad.

Al filo de las nueve de la noche cuando la gigantesca urbe exhala un dulce gemido y reposa placida, redimida de su ajetreo, cuando renace el enigmático fulgor del neón, cuando el inherente misterio de la noche enseñorea el frescor del ambiente, cuando las gentes se recogen en sus hogares (lástima que sin brasero y sin Rosario), cuando la metrópoli ralentiza su existir y acomoda la placidez del lecho velando armas hasta el siguiente amanecer…En ese momento preciso me enfundo el más recio tabardo y encamino mis pasos al remozado astillero barcelonés, que en las crudas noches invierno se halla más silente y calmo que nunca.

Allí en esos paseos solitarios me sumerjo en mi mundo interior, dejando a la zaga el foso de la actividad con los levadizos del castillo me adentro en sus moradas y busco a Dios y me busco a mí mismo. Busco el sentido de la vida, el sentido de mi vida. Ardua tarea. Allí pienso, cavilo, reflexiono, rumio ideas, para escapar del tedium cordis, del aburrimiento de la vida, de la tentación del sinsentido, del miedo a la soledad, a la enfermedad y a la muerte…Allí busco la respuesta de la fe, de ese Dios escondido que se halla dentro de mí y estoy a solas con Él, en profundos soliloquios que desembocan en apacibles coloquios amorosos.

Espero paciente que la lamparilla se encienda e ilumine mi existencia para adentrarme sin remedio en la senda correcta. No es fácil aprender vivir bien, pero es emocionante intentarlo cada día.

Allí germinan las ilusiones, bosquejo nuevas metas, cimento proyectos, me evado de las preocupaciones, me desahogo de las decepciones, huyo del bullicio entupido del siglo, de los balidos de la telebasura, de los que no me entienden…En fin allí en ese paseo, cuya duración ronda la hora, soy yo mismo. Como decía el poeta sólo soy yo cuando estoy sólo.

Tras este preámbulo necesario, y espero que de copiosos dividendos para el alma, abordo el tema a tratar. Hoy mientras paseaba con pausa y flema sajona, recreándome, metódicamente, asignando a cada pisada una losa del empedrado se hizo la luz. De repente apareció en mi mente un concepto diáfano. Irrumpió con inusitada intensidad. Se trata del valor del tiempo, de su verdadera riqueza y del tesoro que poseo sin darme cuenta.

Dicen los ingleses que el tiempo es oro… y para los católicos debe trocarse en cielo. También me impresionaron en su día las palabras del actual Papa al afirmar que el tiempo es un bien escaso para el hombre contemporáneo…¿Un bien escaso? ¿Tan escaso y valioso como el oro tal vez? Creo que sí, pues una buena amiga no dispone de mucho y por ello lo valora en su justa medida y exprime al máximo todo el tiempo libre que tiene. ¿Será verdad?

Desfilaron por mi mente muchas personas, cediendo la primacía a las que me une una íntima amistad. Pensé en sus vidas, en sus trabajos, estudios, deberes de estado, compromisos…Este escáner mental me llevó unos minutos…Casi todo el mundo está muy ocupado y tiene que lidiar duro con las bravas reses de la vida. Apenas tienen un hueco en su agenda para quedar…Está bien estar ocupado, pero pensé: ¿Son dueños y señores de su tiempo? ¿Están condicionados por sus circunstancias? ¿Son esclavos de sus cargas laborales, familiares, sociales…o de diverso tipo? Dios me libre de juzgar a nadie ni de meterme en las vidas ajenas, pero fui más consciente que nunca de que hoy en día tener mucho tiempo libre es un lujo, pues todo el mundo que conozco quiere tener más tiempo para sí.

Debido a las circunstancias personales dispongo de mucho tiempo libre, tiempo que con el paso de los años voy aprendiendo a aprovecharlo más y mejor. Aproveché para hacer recuento y me puse a pensar para que sirve mi tiempo.

Lo primero de todo tengo el tiempo que quiera para orar, para oír la Santa Misa diaria en una preciosa capilla opusina, elegante, marmórea, dorada. Tiempo para confeccionar una acción de gracias pausada, tiempo para regalar a la Virgen el fragante perfume de su Rosario, Eau de María…para contemplar gozoso el Santísimo Sacramento y hacerle compañía y abismarme en su misterio…Tengo tiempo para el apostolado, para conocer grupos de Iglesia, tiempo para estudiar, para ir a conferencias, retiros…Esto en cuanto a lo religioso, que es la necesidad más vital y esencial.

Pero también me sobra tiempo para cultivar la cultura: para degustar la buena literatura, para leer y profundizar, para descender al profundísimo pozo de los clásicos. Tiempo en abundancia para visionar y devorar buen cine, cine de contenido y de esteta, de forma y de fondo, para ir a la filmoteca, para visitar museos y exposiciones…e incluso tiempo para escribir o mejor dicho para disfrutar escribiendo como ahora.

Tengo tiempo en demasía para quedar con la gente, con los que elijo y hasta con los que no, para cultivar y sazonar buenas amistades, algunas de ellas en la distancia, a través del teléfono y el mail, tiempo para escuchar los problemas de la gente, tiempo para contar los míos.

Tiempo quizá para enamorarme, lo más difícil, aunque por tiempo no será.

Me sobra igualmente tiempo para hacer ejercicio, para jugar a frontenis en las faldas del parque natural del Garraf, para hacer footing en la orilla del mar, para respirar su yodo y salitre, para caminar por la montaña a los pies del Tibidabo en buena compañía. También hay tiempo para darse un capricho, un truculento y exquisito arroz con caracoles en La Noguera o un refinado te con leche en el Palace, también en buena compañía.

También tengo tiempo para viajar, aunque esto de momento me da más pereza si no encuentro la compañía adecuada….Me haría ilusión ir este verano a la Alcarria y adentrarme en la España profunda siguiendo con celo la senda trazada por Cela.

Ah se me olvidaba…y para más INRI tengo tiempo para disfrutar a diario de fantasiosas tertulias oníricas con Morfeo en la sacrosanta siesta, inveterada costumbre cañí de este país de Quijotes.

¿Qué más quiero? ¿Cuanto vale este tiempo? ¿Mil euros? ¿Dos mil? ¡Qué pobre sería mi vida si lo tasase a ese precio! Hay cosas que no se pueden comprar y su valor es incalculable. Hoy me he propuesto exprimir al máximo esta gran riqueza, que aunque no se computa en euros, tiene un potencial inmenso, casi infinito.

10 EL CONFLICTO DEL PECADO EN MI VIDA.

El alegato vital precedente fue un revulsivo catártico profundamente sanador. Una purificación emocional regeneradora expelida como emesis gravídica de mi embarazosa soledad. Tras padecer violentas contracciones y nauseas de muerte, arribó la súbita irrupción de un vómito, destemplado y torrencial, de negrísimas secreciones de una tristeza profunda, insondable, abismal.

 

Después de la brusca liberación de este conflicto crucial van desvaneciéndose exorcizados los devastadores síntomas del trauma. Emigran de mi piel las gélidas exudaciones de la vaciedad existencial. El mortecino sudor frío, entumecido carámbano, témpano de hielo, que congela y estremece el tuétano de mi ser, se deshiela y licua lentamente, recuperando mi ánimo su temple y calidez natural.

 

La penetrante migraña vital, que desquicia punzante mi alma, decrece en su ímpetu rabioso y una complaciente sensación de bienestar renace mansamente y se instala en mis días. Los síntomas de sanación afloran vigorosos y rebrotan vitales tras superar los marchitos abriles, calcinados en un terrible incendio interior. Asoman briosos renuevos de vida nueva en un horizonte que transfigura de azul turquesa sus tonalidades grisáceas.

 

Ahora con calma infinita, con la curva del tiempo concentrada en una gavilla, y al paso de Dios, voy salando nuevos pergaminos, con sal marina, en una añeja sala de curación, en los sosegados secaderos del reposo. Espero que vayan adquiriendo el aroma y el sabor a nueva vida y lo podáis degustar mis buenos amigos, escasos, a los que va dirigido este escrito. Las bodegas de mi alma están abiertas a perpetuidad a todos los que quieran compartir estas vivencias particulares conmigo. Pronto os daréis cuenta de que son universales y también son patrimonio vuestro.

 

Siempre me pareció entrañable la oración Quince minutos en compañía de Jesús Sacramentado. Una plegaria tierna y afectiva que ha surcado el corazón de los siglos. Ha abierto abismos de comunicación perenne entre los pobres mortales y ese majestuoso Dios escondido que concentra toda su presencia infinita en la esplendorosa Hostia sin mácula que descansa en la áurea custodia.

 

Esta inefable oración despejó de dificultades la alambicada senda de la oración y nos legó un camino allanado de simplicidad infinita. Como un niño pequeño voy a gatear de las manos del guión hasta soltar pronto las amarras del texto y caminar sólo. Voy a explayarme abiertamente en una vivencia concreta, en verdad ante Dios, sin ningún temor ni pudor. Es un tema muy vergonzoso y doloroso, pero debo sacarlo abiertamente a la luz y exponer mis llagas abiertas en el quirófano de la alcazaba interior, esperando la bonancible cura del galeno divino.

 

Mi amado y buen Jesús: Deseo fervientemente hablar de innumerables temas contigo, pero en este mi primer coloquio escrito voy a centrarme en el conflicto del pecado en mi vida, pues es lo único que me puede separar de ti, atormentarme y enturbiar muestra amistad.

 

Tengo la certeza absoluta de que Tú me amas infinitamente desde toda la eternidad. De lo contrario me habrías olvidado para siempre en el pavoroso pozo de la nada más absoluta. Tú me sacaste de la chistera de la nada al ser, a la bellísima existencia y me hiciste partícipe de tu dignidad, repujado a tu imagen y semejanza, dotándome de entendimiento y voluntad, sellando mi filiación eterna contigo en las aguas bautismales.

 

A los pocos meses de nacer, y tras ser bautizado, estuve a punto de morir. Mis padres me llevaron a urgencias con cuarenta y dos grados de fiebre. Mi diminuto cuerpo quemaba, ardía, abrasaba. Fui sumergido en agua helada y escapé de la muerte, más helada todavía, una muerte que hubiese sido una autopista hacia el cielo sin el peaje del sufrimiento. Pero tenías una misión para mí, que todavía no se cuál es. Tuve una infancia feliz con mis padres y hermana y velaste mis pasos rectos hasta el día de mi primera comunión, cándida, inolvidable, a la que tal vez dedique un escrito.

 

Recibí la confirmación en la adolescencia con la inocencia mancillada y desviado de tus sendas. Experimenté el regusto cáustico del pecado y el alejamiento radical de ti hasta la pérdida total de la fe.

 

La conversión fue un hermoso renacer a la esperanza perdida, la reconquista de la inocencia bautismal. Una amistad rediviva que se prolongó sin prisa durante unos años dulces y desembocó en la entrega total. Lo peor fue salir decepcionado de ésta experiencia árida y delusoria en donde creía dejar todo por encontrarte. Te escondiste del todo y me dejaste enfrentarme sólo con mi miseria y mi pecado. Una prueba ardua, pero necesaria en tus sabios designios.

 

Lo peor fue reencontrarme con la despiadada realidad de mi pecado, de mi debilidad sempiterna, siendo ya maduro, consciente y maleado, sin la excusa de la ignorancia juvenil.

 

El pecado es muy vergonzoso y sucio, empaña y afea mi dignidad de hijo y me aleja abismalmente de ti. Abre una sima muy profunda, como la existente entre el bienaventurado Lázaro y el prescito Epulón. Un abismo que no concederá jamás la más mínima gota de alivio a una sed desgarradora.

 

Esta fosa es tan grande que con frecuencia osa pujar, rabiosa y desesperada, contra tu misericordia infinita. Cobran vida los insuperables parágrafos del himno al Espíritu Santo que refulge sanador en la liturgia de Pentecostés.

 

....Mira el vacío del almaSi Tú le faltas por dentro.Mira el poder del pecadocuando no envías tu aliento.

 Riega la tierra en sequía.Sana el corazón enfermo.Lava las manchas. Infundecalor de vida en mi hielo.Doma al espíritu indómito,guía al que tuerce el sendero.

 

 

Señor en estos lindos versales del himno paráclito se resumen mi vida y mis conflictos interiores y los de tantos hombres que sin la reciedumbre y fortaleza necesaria sucumben una y otra vez, sin remedio humano, a su propia flaqueza. Caen derrotados de manera humillante por el fomes peccati que nos vapulea como marionetas y nos hace saltarnos a la torera tu sagrada ley, con el agravante tentador de dejar de temer tu santa justicia.

 

Que duro es Señor comprobar que el aguijón de la carne nos atraviesa sangrante una y otra vez. Nos sentimos ridículos, impíos, volterianos, sin esperanza, secos para la oración, esclavos de una concupiscencia tan vacía y engañosa como tan difícil de abandonar, tan increíblemente pegadiza, viscosa, apesgante…

 

Anida como víbora en nuestro interior una lucha perpetua y encarnizada, a modo de conflicto eterno. Por un lado el deseo puro de agradarte Señor, que se suma con el terrorífico temor a la eterna condenación, de perderte para siempre, un temor muy humano. Por otro, misteriosamente, la voluntad enferma que se rebela y prefiere rebozarse en el efímero placer satánico del momento a conservar tu gracia, lo más valioso en esta vida y lo único que nos alcanza la otra. Con frecuencia nos vapulea el pecado con una potencia insultante. Es un huracán que devasta nuestro ser, no lo podemos controlar, nos arrasa. Nadie nos indemniza. Sólo hallamos remedio y alivio del fardo de la culpa en el sacramento del perdón.

 

El pecado, se puede transformar en un hábito raptor del que es difícil desbandarse. Es la adicción más difícil de dejar, la del pecado que nos aleja de Ti. Y es la que más nos tortura y nos hace sufrir. Puedes aguantar unos días, meses sin caer, piadoso, devoto, pero al menor resquicio de tristeza, de debilidad, se sucumbe una vez más ante nuestra flaqueza, ante la carne animal, bestial, sañuda que se venga rabiosa del tedio y del sinsentido regalándose unos efímeros segundos de placer. Señor, que misterio encierra la libertad, el mal uso de ella. No le importa triturar sin piedad nuestra vida sobrenatural, arrojar a la cloaca de la inmundicia nuestra alma.

 

La virtud es un don tuyo que hay que pedirte con fuerza y perseverancia. Y te lo pido a diario o al menos lo intento y guerreo y no me borro nunca de tu milicia. Pero hay una fuerza irracional, demoníaca, la naturaleza caída, dentro de nosotros que grita alaridos de rebeldía y esa fuerza nunca muere. Se puede anestesiar con esfuerzo, y sobre todo pidiendo la ayuda inefable de tu gracia, pero siempre despierta. Incluso a veces se muestra muy activa, compulsiva, dominadora durante días, meses y nos hace adictos, esclavos, derrotados.

 

He aquí el conflicto. La impotencia de sabernos pecadores, de no ser impecables ante Ti, de no poder controlar nuestra nada pecadora, de no ser dueños nunca totalmente de las riendas de la virtud. El vicio nos anestesia las ganas de rezar, de hablar contigo y sin la oración somos más flacos y nunca escapamos de este círculo vicioso.

 

Y pasan los años y sigo tristemente soltero y el vacío afectivo aumenta. La soltería, al menos en mi caso, es muy dolorosa y frustrante. Y nos engañamos y lo queremos suplir o mitigar con la engañosa tentación del pecado. Y sabemos que es mucho peor el remedio venenoso del pecado que la enfermedad de la soledad. Además el pecado acrecienta ferozmente la soledad. También nos asedia la tentación de pensar que algo tan irresistible a nuestra naturaleza caída no puede ser imputable de culpa. Pero en el fondo de nuestro ser sabemos que es mentira, que todo lo que escapa a tu santa ley es pecado y que Tú lo abominas. ¿Pero hasta que punto? ¿Hasta el de condenarnos eternamente si morimos en ese estado?

 

Y seguimos luchando. Una y otra confesión, muchas. Pero en ninguna se corta de raíz con el pecado, con la tendencia al pecado, que nos acompañará con irritante agobio mientras vivamos. Y ya confesados empezamos de cero con el deseo de  frecuentar de por vida la Misa diaria, para tener un encuentro diario contigo. Pero a la mínima que no podemos asistir a tan delicioso convite, por el trabajo o no queremos, por la pereza, por creer que nos aliena, por las criaturas, por mil motivos, dejamos de ir, dejamos de rezar.

 

Y otra vez el pecado nos asedia con sus garfios letales y estamos indefensos ante él. Nos podemos arrepentir y nos volvemos a confesar. Parece una burla confesarse de algo de lo que no estamos en el fondo arrepentidos, porque casi sin nuestra culpa, nos atrae enfermizamente el frenesí de la fruta prohibida. ¿Qué harás con este barro Señor?

 

Este conflicto y este dilema me amargan hondamente a mí y a  mucha gente, especialmente a todos los hombres solteros que conozco. Nos amarga no ser maduros afectivamente y poder caer derrotados por el placer egoísta. ¿Pero además de conversión a Ti, necesitamos un psicólogo? Nuestra alma está profundamente dividida entre la virtud y el vicio. Una esquizofrenia desquiciante, hostigada con la pesadilla del sentimiento de culpa. El terrorífico grito de rebeldía de Lucifer no serviré revive una y otra vez en nosotros.

 

Señor conozco mi nada hasta el fondo, pero tengo esperanza y confío ciegamente en tu misericordia. Sanamé de mi naturaleza pecadora, averiada, hazme pequeño, humilde, puro, inocente, transforma mi ser, dame fuerzas para luchar, para no desesperarme. Dame tu luz, enseñamé, por arte de magia celestial, el divino truco para hacer desaparecer el pecado de mi vida.

 

Misericordia, Dios mío por tu bondad;por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado:contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón, en el juicio brillará tu rectitud.Mira, que en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría.Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;lávame : quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados.Aparta de mi pecado tu vista,borra en mí toda culpa.

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme;no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

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