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  • Foto del escritorJavier Navascues

COPLAS A LA MUERTE DE MI PADRE


Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer… Nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar. Este mundo es camino para el otro, morada sin pesar; cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar…

Viernes 11 de abril. Sobre la ciudad condal se ciernen nubarrones de azabache. Los plomizos celajes amenazan la destemplada tarde primaveril. Atrincherado en mi sobria oficina, inmerso en la vorágine cotidiana, concentrado ante el deber…una tarde más…aparentemente… ¡Cuán lejos estaba de saber que en unos segundos iba a cambiar mi vida!

De repente el silencio monacal es invadido por la familiar estridencia del teléfono. Respondo presto…La voz de María Antonia ostenta una seriedad inquietante: Su tío quiere hablarle urgente…Un escalofrío invade todo mí ser…reacciono en milésimas…pienso en mi abuelita, muy anciana y delicada de salud…intuyo la crónica de una muerte anunciada…Mi tío taladra mis tímpanos con su habitual énfasis: Javier, malas noticias. Lo siento pero te lo tengo que decir: tu padre acaba de morir de un infarto.

La más acerba angustia tomó posesión de todo mí ser hasta su más íntima fibra. Resonó en mi corazón el péndulo del desgarro supremo. La más tenebrosa tristeza subyugó mi alma, la melancolía más espantosa me estranguló con el efluvio de la muerte. Fue el cenit del sufrimiento, la suma congoja. Se suspendió el tiempo, se recrudeció la aflicción, mi corazón se rompía en una agonía sin fin, sin atisbo de consuelo. La muerte de mi progenitor desfiló en mi retina como el más cruento caleidoscopio del dolor. El abatimiento traspasó el umbral del sufrimiento.

Ayer había departido con él, recordé vivamente su tierna despedida bañada en el amoroso timbre de su voz: -Javierico cuídate mucho…te llamaré como siempre el próximo jueves a las 10, 15. (Siempre fue fiel a su cita dejando en ridículo al más preciso reloj helvético)

En un viaje vertiginoso por el túnel de la memoria recordé a velocidad de la luz coloristas pinceladas de su deliciosa conversación…me dijo que cuidase mi salud, que cuando iba a “hablar” en la radio y que si además del correo tenía un blog…le respondí con dulzura y amor…Si por un imposible hubiese sabido que en poco más de 24 horas iba a abandonar este valle lacrimoso, hubiese tomado desesperado el primer avión a Zaragoza y una vez allí me lo habría comido a besos y abrazos diciéndole trillones de veces que lo quería con locura. Pero nadie sabe el día ni la hora y el ladrón de la muerte ya aguardaba agazapado la hora decretada por Dios. Velaba armas afilando la guadaña al compás de la más tétrica sinfonía.

Ahora ya era tarde. Demuestra Santo Tomás en la Summa que ni siquiera Dios puede hacer que lo pasado no haya sido. El tiempo pretérito, como oscura golondrina, jamás volverá. Me hallaba tiritando aterido ante el mayor jarro de agua fría de mi vida. Como hombre de fe, que confía ciegamente en la eterna misericordia de Dios, imploré cuál buen ladrón a Jesús y a María que le abriesen de par en par las puertas del paraíso. Llamé a mi director espiritual y pedí una Santa Misa por él. En ese momento crítico el mejor consuelo sólo podía venir de un hombre de Dios, de un ministro del Altísimo.

La tarde se me hizo eterna, el intensísimo dolor intentó en vano escapar por la vía de la ansiedad y el pasadizo de la evasión…todo inútil…El tsunami de la tristeza arrasó la playa de mi corazón. Mis mejores amigos de aquí no se despegaron de mí…sus efusivas muestras de afecto anestesiaron por momentos el desquiciante dolor. Esa noche me fue imposible conciliar el sueño…las manecillas del reloj avanzaban a cámara lenta…Sólo el rezo del Santo Rosario me devolvió una paz que el mundo no puede dar.

Tras superar mi noche de pasión un tímido y bisoño nuevo día se desperezó en lontananza. En esta ocasión no amaneció tan pronto pero si estuve tan sólo. En plena alborada, con el mare nostrum como telón de fondo, partí con mis queridos tíos en dirección a la Tierra de la Virgen del Pilar. Tras pagar el peaje de la nostalgia nos adentramos en la asfáltica autopista, que aséptica transcurría paralela a la vetusta vía romana que unía Barcino con la inmortal Zaragoza otrora, en otro ahora, denominada Salduba, Cesaraugusta y Sarakusta….

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Obviamente la muerte de mi padre copó toda la conversación. Mi tío Jesús destacó por encima de todo su gran corazón, sacó a relucir un arsenal de tópicos: la mejor persona del mundo, un pedazo de pan…se desvivía por los demás…Curiosamente en él se fundía la hipérbole con la realidad.

Tras arribar en la capital del Ebro y acompañar a mis tíos en el ríspido trámite de la funeraria fui a consolar a mi abuela Lidia que me tenía preparada una frugal colación sin más especias que su amor. Mientras, Miguel Ángel Álcaraz, amigo íntimo, asesor y escudero fiel de mi padre en la recta final de su vida, inició una contrarreloj teléfonica en pos de avisar al mayor número posible de personas de la hora del funeral y sepelio.

Tras un postre fugaz me dirigí al domicilio de mi amigo Enrique que con su habitual gentileza me llevó en volandas al velatorio. Allí me abracé con dos de los grandes amigos de mi padre, Luis y Antonio…No me veía con valor de ver a mi amado papá dentro del ataúd, aunque aconsejado por uno de ellos me armé de coraje…y me lancé sin miedo por el tobogán de la entereza…

Me petrificó la primera impresión. Mi tío me echó el capote de la calma señalando la serenidad y la paz que irradiaban de su rostro…La razón gentilmente cedió pasó al corazón. En un instante sentí un amor por mi padre tan grande que deseaba morir para estar con él…y tan alta vida espero que muero porque no muero… Las lágrimas, cuál cera ardiente, irrumpieron con fuerza del lacrimal. La presa del sentimiento se desbordó torrencialmente. Es una experiencia espiritual cuasi imposible de describir. En un momento comprendí lo infinitamente bello que es el amor, la grandeza de pasar por la vida haciendo el bien, al igual que Jesús.

A lo largo de la atardecida me desbordó un alud de amigos de mi padre a darme el pésame y a confirmar una gran verdad que siempre supe e intuí, aunque nunca con una conciencia tan plena como ahora. Mi padre tenía un corazón ávido de amar a los demás. De pronto al igual que en el Escorial vi breve, pero claramente, danzar el sol cual disco plateado… era un guiño que me hacía Nuestra Madre del Cielo*

Nunca fui tan consciente de lo que lo amaba la gente. Pensar esto ante su serena faz me hizo de dicha enloquecer. Está sensación de plena felicidad se entremezclaba misteriosamente con la de una abismal tristeza por su pérdida. A partir de ese momento amé a mi padre como nunca lo había amado en mi vida, con la certeza moral de que ese amor por él no desaparecía jamás, pues había quedado impreso, de forma indeleble, en mi corazón, grabado al fuego lento del amor… Fue el día más feliz de mi vida y el inicio de una nueva vida. Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto….

¡Qué necio y ciego fui! Tantos años a su lado, y al igual que apóstol Felipe con Jesús, no conocía a mi papá. El Espíritu Santo, en un momento, descubrió el velo del misterio e iluminó las galerías más recónditas de mi corazón.

Al final de la vida nos examinarán del amor… Papá tú, al igual que María de Betania, elegiste la mejor parte, que nunca te será quitada. Que la Virgen Santísima, Nuestra Señora del Pilar, te guarde bajo su manto y te lleve pronto al Encuentro con Dios. Ahora verás a mamá…. Recuerdo la poesía que le dedicaste al conocerla y fruto de ella, tras un casto noviazgo y santa boda nací yo.

Blanca: Ahora eres más grande,

más bella, más buena que nunca.

El dolor es un alivio que lo purifica,

lo estiliza y lo levanta todo.

Ahora estás más cerca del cielo.

Te beso. Te quiero y te guardo en lo más escondido de mi corazón.

Recuerda que estoy siempre contigo.

11 de octubre 1969

P.D. Papá te dedicó esta humilde crónica que con tanto gozo, hubieses leído conmigo mientras desayunábamos, como tantas veces. Las veías con los ojos del amor. Doy gracias a Dios por el inmenso DON tuyo y de mamá. Hasta el cielo…No es un adiós, es un hasta luego. En esta tierra te tendré siempre presente, seguimos unidos por la comunión de los santos. Tus consejos y ejemplo son tu mejor legado. Te siento cerca de mí. Te amo.



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