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  • Foto del escritorJavier Navascues

LA SOLEDAD DE LAS GRANDES CIUDADES



Mi insaciable amor por la vida, tan tierno al tacto de mi ser, con frecuencia, se torna acre en las entrañas de la realidad, se transmuta en un reflujo ácido, mal digerido. Me aqueja la dispepsia crónica de la insatisfacción por las cosas. Pareciera que no quedara nada sagrado que me divierta ya.

 

En la dama escritura hallo consuelo, el lenitivo más eficaz en la contención de la congoja del existir. Asido a mi pluma asimilo mejor la pesada digestión de las experiencias de la vida. El paladeo en pequeñas dosis de esta exclusiva receta es hallazgo de pájaro de exótico plumaje, rara avis recóndita, en las inaccesibles frondas de la inspiración. En sus alas el bregar diario, otea confianza, encuentra su cenit y vislumbra horizontes más llevaderos.

 

El sinsentido cotidiano se desintegra laxante en los dulces jugos gástricos de la esperanza, en clave poética. Soy un soñador convicto, sin enmienda, que no se aclimata a estos tiempos rebeldes, apátridas, exiliados de ideales.

 

Abrazo con especial predilección la retórica intimista. En ella el autor desnuda su alma íntegra que se revierte transparente. Comparte munífico sus vivencias más íntimas, sus impresiones de calado, sus sensaciones estremecedoras, rumia sus reflexiones más profundas, exhibe con la toga una cátedra magistral de mundología. Sus vivencias se vuelven frescas y se tornan en vida nueva al ser liberadas de su hermetismo paralizante.

 

Es noblemente hermoso que el elixir de la experiencia vital adquiera vocación de vuelo universal, que asiente poso al servicio doméstico de muchas almas que se vean reflejadas, hoy y siempre, en sus letras interpelantes. Así su mensaje benéfico, como pergamino enclaustrado en la redoma, surcará vertiginoso las fluyentes aguas de Heráclito, para quien lo quiera encontrar.

 

En mis anteriores escritos apenas he removido las pesadas losas de la cantera de la soledad. En éste quiero dinamitar la montaña, barrenar la soledad de las grandes ciudades, que he sufrido en mis carnes con una potencia desoladora. Un tema clásico del cine americano, que irrumpió en mi mundo reciente con rabiosa acometividad.

 

Siento la necesidad de volcar visceralmente sobre el papel mis entrañas sufrientes en toda su crudeza. Quiero expulsar furibundamente los demontres interiores a modo de confesión agustiniana. Espero que me perdonen si tengo que degollar un ápice de alarde retórico y rebajar la concentración de carga rapsódica y léxica a la que soy febrilmente adicto.

 

Al dejar la senda religiosa, me vi sólo y descalzo, sin atisbo de amparo terreno, en la gran urbe de neón. Desmantelado en una gran ciudad, de cuyo nombre no quiero acordarme. Un fiero monstruo apocalíptico, que amenazaba, con sus dentelladas de cemento, devorarme entre sus garras de asfalto en un piélago descorazonador de fuego y azufre.

 

Tomaba vida, escapando del lienzo del Prado, el patetismo plástico de Saturno devorando a su hijo del poderoso cuadro de Goya. No fue baladí rehacer la vida en la gran metrópoli. De hecho todavía no ha terminado el proceso, ni creo que pueda reconstruir íntegro el precioso búcaro de mi vida, las miríadas de añicos triturados en sus calles.

 

Tras despertar, más bien resucitar, de tres años de amarga reclusión, de estar muerto en vida, en una vida sarcófaga, todo se me presentaba atrayente, seductor, insinuante, maravilloso. Levitaba en el espejismo ebrio de una alegría inerrante.

 

Las coloristas ramblas barcelonesas con su frenesí florido, bullicioso y soleado, con sus efigies humanas insólitas, el puerto con el brillo dorado de sus lujosas embarcaciones, los puestos de helados tan apetecibles, las tiendas de souvenires ostentosas y embaucadoras, el misterio del mar esperando, los turistas tan extravagantes, excéntricos, pintorescos….Un calidoscopio fantástico de cromatismos y tonalidades ingentes, pero tan vacío como falso. La mente viajaba despistada en una nebulosa de ficción.

 

Como si me fuese a faltar vida recorrí con ansias el trisagio del turismo barcelonés, el parque Güel, Montjuic, el Tibidabo… Lugares preciosos dignos de ser vistos, orgullo sincero del mediterráneo. Asombra la genialidad onírica de Gaudí que soñó náyades y dríadas en ornatos de piedra…y perderme  por un sinfín de rincones esplendorosos de Barcelona, parques de enamorados, miradores de tronío, señoras cafeterías, terrazas con esencia, el fasto de los salones de los mejores hoteles…

 

Ese irreal idilio con Barcelona fue una criatura que nació muerta. Duró un soplo, días, semanas y después su encanto de seda principesca se trocó en jirones cenicientos. Desapareció la carroza de la ensoñación, se cerró el libro de los sueños y fui arrebatado del cuento. Me encontré con el vacío, con el hastío. Me aburría hasta el vómito la ciudad, me repelía enfermizamente. Siempre las mismas calles, sucias, pestilentes, mugrientas de orines, infestadas de insurrectos graffitis.

 

Emergían como fantasmas en la niebla los mismos lugares tétricos, cansinos. Salía a escena la misma gente, como muertos vivientes. Todos cortados neciamente por el mismo patrón. ¿Y yo? Por primera vez me sentí solo en la vida, completamente solo, ontológicamente solo. Desmotivado, aburrido de la vida, profundamente amargado, sin alicientes, excluido, desplazado…

 

Y lo que es peor, se me antojaba heroicamente difícil la remota posibilidad de conocer gente que mereciera la pena….¿Por qué? Una intuición tan negativa como realista me contestó despiadadamente. Porque es una gran ciudad fría, hostil, impersonal, sin alma y cada uno va a lo suyo, no tengo nada que ver con esta gente extraña, de una bohemia mal entendida.

 

Legiones de turistas que se recrean buceando tesoros en su mundo ficticio, una distorsión vana del verdadero encanto turístico patrio. Luego gentes, inquietantes de mirada turbia que trapichean en los crudos submundos rabaleros. Gente “normal”, políticamente correcta, pero indiferente, a los que no conozco de nada, ni tengo nada en común con ellos. Soy como un ave migratoria, solitaria, sin nido, que no ve un resquicio abierto por donde reinsertarse de nuevo en la sociedad.

 

El edificio de mi vida, tan sólido pocos años atrás, resquebrajó sus cimientos. Funestamente se volvió un sombrío palacete en ruinas como la casa Usher, a punto de ser engullida en las lúgubres marismas de la desesperación o la desnuda mansión de Manderley, un esqueleto de naturaleza muerta que crepita tembloroso a la luz de la luna…

 

Las calles infectadas de gentes sin alma, muchedumbres vanas, de falsa sonrisa, hablando sin sustancia, gritando como condenados, el metro más frío, estresante e impersonal todavía. Dios mío no conozco a nadie en la ciudad. Todo está sucio, maloliente, mal iluminado, tengo vértigo de una tristeza infinita. ¿Qué me queda?

 

El consuelo fácil, el recurso de siempre, la única solución que me permite respirar un poco de aire fresco. Pasear por la dársena portuaria, mirando al mar melancólicamente en la lejanía y divagar con una coyuntura mejor, negociando una motivación, esperando un aguijón, un sentido que me saque de esta languidez profunda, de la hostilidad a la ciudad y a la vida….¿Cómo recuperar la alegría de la infancia? ¿Cómo capturar de nuevo la ilusión por las cosas? ¿Cómo revivir la fascinación de la noche de reyes?

 

Qué dura la llegada de un nuevo fin de semana y tener una carestía absoluta de planes atractivos. Nadie para quedar. Que cruel es comprobar que hasta la fría bandeja de entrada del correo electrónico está vacía. Y encima la estulticia de hotmail te felicita por ello. Guau, tu bandeja de entrada está vacía. Enhorabuena. Tu vida está vacía. Enhorabuena.

 

Conocía a algunas personas, es verdad. Pero no me interesaba compartir ninguna sobremesa con ellos. ¿Por qué? ¿Soy sincero? Por muchos motivos: diversidad de costumbres, de modos de pensar, falta de feeling, porque los encontraba insulsos, soeces, porque que hastiaban infinitamente, porque me aburría todo su mundo. Una infinita barrera de incomprensión se trazó entre el mundo y yo.

 

Prefiero estar sólo. ¿Pero sólo? El día es muy largo, eterno, especialmente los fines de semana, donde reposa la actividad laboral. Durante la semana la cesación del sudor de la frente hace ameno el más leve disfrute distendido. Pero los fines de semana eran una carga demasiado pesada, horribles, insufribles, vacíos como una cáscara podrida.

 

Sábado. No me aguanto a mi mismo en el rancio caserón donde malvivo, me mareo de soledad, galopa por mi frente un sudor frío existencial, se derrumban los parapetos del castillo. Por las mañanas el efímero consuelo viático de la Misa y después en sequedad se sube el telón del un absurdo callejeo gatuno, errabundo sin sentido, evitando la repugnancia de un sol molesto, que quema, que irrita.

 

Por las tardes haraganas de alicientes otra vez retorno a las mismas calles, que mejoran su aspecto de noche, pero la soledad es la misma o peor al ser acumulada. Y así un día y otro día. Y otro. Tenía alguna persona de confianza con la que quedaba y estaba a gusto. Pero muy pocas y cuando fallaban esas personas la decepción y la vaciedad era más patente, la hemorragia interior mayor. Siempre quedaba el recurso de llamar a los buenos amigos de Zaragoza, pero tampoco quería hacerles sufrir y minimizaba con ellos el estado de mi dolor.

 

Pensaba y reflexionaba mucho porque me sentía tan triste, tan inseguro, tan pesimista, tan falto de vida, tan carente de proyectos. Influye el ritmo de vida frenético y modus vivendi de la ciudad postmoderna y su feroz competitividad, nos deshumaniza, nos acompleja, nos hace huraños, vivir a la defensiva, crea egoístas, engendra desquiciados…

 

Tampoco hay que echarle sólo la culpa a la ciudad, pararrayos perenne de mis frustraciones, la vida siempre ha sido muy compleja para el que piensa y los tiempos en que nos ha tocado vivir peliagudos. ¿Y qué parte de culpa tendría yo? ¿Hasta que punto soy dueño de mis negatividades miedos, cobardías, heridas, resentimientos?

 

En este ambiente sin Dios, ateo de esperanza, el hombre es lobo para el hombre que lo va a devorar…Todas las puertas se cierran con la estridencia artificial de un portazo metálico, inhumano. La vida social se convierte en una utopía. Conocer gente ¿Donde? ¿Cómo? Cada uno va a lo suyo, hasta en las parroquias, nada te integra, nadie te acoge…

 

La vida cosmopolita y moderna un fraude absoluto. Además la vasija de la paciencia fue colmada por varios desengaños amorosos, nuevos portazos a ilusiones nacientes. Me entró una tentación de misoginia tras apurar el veneno de varios fracasos sentimentales. Todo ello aumentaba la rabia, alimentaba la rebeldía, parásitos crueles que devoraban mi flaqueza.

 

Me hice socio de varios clubes deportivos, culturales, pero allí deambulé sólo, anidaba la misma soledad y acababa causando baja voluntaria, ayuno de integración. ¿Qué queda? Nada...El coraje de no desesperar, no claudicar ante las tropas de la desesperación que invadían mi ser. La lucha fue larga, espinosa…Esperar, dejar morir los días, las semanas, los meses,  luto vital bañado de amargura, paralizado en una vida vegetativa, en una vida que no es vida. Muero porque no muero, pero sin siquiera la certeza de un cielo remoto que se difumina cada vez más…

 

Como triste consecuencia de un diluvio de rebeldía experimenté hasta un leve rechazo a la vida de piedad, que me empalagaba, a la lectura placentera, que se me hacía imposible, se me caían los libros de las manos, un rechazo amargo a todo…Todo me cansaba, me irritaba…Todo desapareció, menos la esperanza, que hibernaba mustia y soñando, casi sin fe, con horizontes futuros, en un letargo endémico.  

 

Paciencia, poco a poco iré conociendo gente amable, afable, con la que congenie. ¿Tan costoso es rehacer una vida? ¿Y mientras que hago con las píldoras de mi soledad, de mi dolor? Las ingiero yo solito, las mastico con repulsión, espero que no me aniquilen. Creí morir de tristeza. Fue un período pavoroso, purificante, doloroso, pero visto en la distancia necesario. Me sirvió para valorar todas las cosas, especialmente las pequeñas grandes cosas, para madurar, para crecer, para comprender de que iba realmente la cruda realidad de la vida.

 

Los cielos se abrieron lentamente, como un amanecer pausado y se infiltraron tímidos rayos de esperanza en la oscuridad de mi alma. Y así fue Dios mandando, como querubes, unas pocas personas providenciales en mi camino que me aligeraron la carga y estuvieron a mi lado en el destierro. Alguna que otra persona, se perdió en el camino, probablemente para siempre, igual que los buenos amigos de la infancia, que con los años viven en la palidez del recuerdo.

 

Poco a poco me fui liberando de un ambiente cerradísimo y dañino y cambié de actividad. Se abría ante mí de par en par el siempre novedoso mundo de los rodajes, que sin llenar del todo mis ansias de infinito eran una puerta abierta a otra realidad. Un ambiente por lo general, aunque no siempre, superficial. Criadero de ostras anodinas mutiladas de perla interior.

 

Y así poco a poco, con pequeñas grandes conquistas cotidianas vamos sobreviviendo en Barcino, superando milagrosamente la enfermedad terminal de la tristeza. Salimos de la noche oscura con fervor renovado, con el nuevo regusto por la piedad, por la lectura. Vamos domando a la bestia, que aunque sigue siendo un dragón montaraz ya no amenaza con devorarme.

 

Además con la veta abierta de un sinfín de viajes iniciáticos escapo más rápidamente del tedio existencial y combato con fuerza la soledad… Lo peor ya pasó, tranquilo pequeño, los días de borrasca son víspera de resplandores. La alegría venidera del futuro ha sido triturada en el lagar del sufrimiento. De ahí saldrá el mejor vino. Espero que, a modo de fieles maestresalas, lo vayan probando mis buenos amigos.

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